DEPRESIÓN Y ANSIEDAD

Son cada vez más las personas que sufren este tipo problemas, las cifras aumentan a diario, ya no hay tanto miedo a ir a la consulta del psiquiatra como antes, ahora tomar “pastillas para los nervios” es casi el pan de cada día y prácticamente en todas las familias hay alguien que las toma. Pero, ¿Son las pastillas lo único que necesitamos? ¿Que otras cosas podemos hacer para estar más sanos?.

Todos nosotros en alguna época de nuestra vida hemos podido pasar o pasaremos por estados de agobio, exceso de carga laboral y familiar, sensación de abatimiento y de no poder más. Sin embargo nos cuesta aceptar nuestros límites, nuestro cuerpo nos habla, nos da señales y en ocasiones mensajes claros: “para un poco, no puedes seguir así”. Pero claro no podemos parar, de nosotros dependen muchas cosas, depende que nuestra vida y la de nuestra familia siga hacia delante, así que no, no podemos parar.

Es en ese instante cuando aparece el abatimiento extremo, la energía se nos va por un sumidero y nos cuesta llegar al final del día, nos sentimos tristes y cansados pero seguimos adelante. Doblamos nuestra dosis de café, esto nos despierta, nos mantiene algo más activos, pero también aumenta nuestro estados de nerviosismo, sentimos taquicardia, temblor en las manos, diarrea… a esto lo llamamos “ANSIEDAD”. Seguimos funcionando, aumentan los dolores de cabeza y las contracturas en nuestra espalda. Aún así seguimos adelante con el trabajo y las obligaciones familiares, no delegamos, no descansamos, nosotros podemos con todo, sin nosotros el mundo no sigue girando.

En ese momento ocurre algo malo, si señor, así es la vida siempre ocurre algo malo, quien viva en una idílica rutina donde nunca pasa nada, tarde o temprano acabará despertándose de un día para otro, pues la vida es así, llegan las pérdidas, la enfermedad y el dolor. El tan temido dolor, ¡como duele el dolor y como duele el no querer el dolor!. A esto de no querer el dolor se le llama sufrimiento, no aceptar lo que ocurre porque es malo. Pataleamos maldiciendo a la vida, nos sentimos desgraciados y sufrimos. ¿Es que nadie nos dijo que todo se acaba? ¿Es que nadie nos hablo del dolor?. Vivimos nuestras vidas negando la muerte y la pérdida y cuando estas llegan las sentimos como un duro golpe y por supuesto las queremos lejos, muy lejos de nosotros y empezamos a sufrir, cuando este sufrimiento se cronifica se convierte en “DEPRESIÓN”.

Por supuesto este estado diario en el que vivimos, esta continua lucha pasa factura, nuestras secreciones hormonales se alteran, dormimos mal, comemos fatal y no nos paramos ni a beber agua. Al faltarnos algunos alimentos, no solo nos falta la fuente de energía de nuestros músculos sino que también se afecta nuestro sistema nervioso, pues los nutrientes son los ladrillos con los que se construyen los neurotransmisores. Nuestras cansadas neuronas se atrofian más rápido de lo normal por el continuo ambiente estresante en el que viven. La aceleración diaria se convierte en trastorno mental, grano a grano enfermamos al no saber cuidarnos a nosotros mismos, al no tenernos en cuenta y al sufrir por no aceptar el dolor que trae la vida.

Es en este momento cuando aparece la crisis, nuestro organismo se rinde y necesitamos pedir ayuda. Entonces tenemos que cambiar y aprovechar este bache en nuestras vidas como una nueva oportunidad para aprender a vivir de forma más sana y sostenible para nosotros mismos. Reaprender a alimentarnos, a cuidar nuestro cuerpo y mente, a buscar relaciones y hábitos de vida más sanos, a saber desconectar y darnos tiempo libre para nosotros, potenciar nuestra creatividad y alcanzar un estado de ser más saludable. Sin olvidar lo más significativo de todo, darnos cuenta que la vida pasa, las personas y las cosas que nos rodean se van y no son para siempre, esto duele y llorar la pérdida es natural, pero tenemos que aprender a seguir adelante, agradecer los momentos que nos trae la vida y honrar a los que no están no con sufrimiento, sino con la alegría de vivir con amor hacia nosotros mismos y el mundo que nos rodea.

Mario Carretero Castillo, especialista en psiquiatría